miércoles, 7 de julio de 2010

La Máscara: ¿una manifestación de lo oculto?

En las celebraciones de goce popular, donde se involucran los disfraces, desfiles de carrozas y comparsas, teatro cómico, fiestas bailables y otras manifestaciones similares, encontramos a la emblemática máscara, con un simbolismo hecho persona. Ella es realmente una personificación, una conexión del actor enmascarado con su propio yo, su yo verosímil e inverosímil. Su máscara es el espejo que en definitiva expresa sus maravillas y comedias, pero también sus infortunios y tragedias humanas.

Paradójicamente la máscara manifiesta lo oculto, pronuncia el lado humano de desenfrenos, de excesos y libertades.

Estamos frente a un teatro, en él actrices y actores de la vida misma, enmascarados (as) enuncian en las esquinas de las calles, en las plazas, en las universidades, en las grandes esferas del poder, en las iglesias, en el mundo político y/o politiquero, en reuniones, en asambleas, en centros comerciales, en hogares familiares, en diferentes escenarios de la existencia, por medio de sus máscaras y disfraces, sus mañas, sus ambiciones, sus egoísmos, sus vivezas criollas, para alcanzar sus objetivos y deleitarse complaciéndose a sí mismos.

Ahora bien, ¿Qué hay detrás de la máscara de “Gran” Señor (a)?

Necesario es vislumbrar ¿Qué nos dice la máscara, pero también su simbolismo y su valor en la manifestación de las grandes tragedias y comedias humanas? ¿Qué se trata de esconder detrás de cargos, títulos, poderes, vestuarios, por miedo a enfrentar la verdad en su esencia?

La vida humana se mueve en lo oculto manifiesto y en lo manifiesto oculto, en su vinculación con la Divinidad y en su naturaleza real, su mundo profano y material. Bajo esta visión es vital el equilibrio para no entrar en concupiscencias profundas que quebranten la naturaleza del ser.

La máscara, elemento característico del carnaval, en vez de esconder, deja ver aspectos del ser humano y revela las barbaridades del hombre.

La máscara tiene la capacidad de quitarse a sí misma y desnudar al enmascarado para que se pronuncie tal cual es, con sus bondades, pero también con sus miserias humanas. Saca a flote la verdad que se esconde en la superficialidad de la moda. Manifiesta que la libertad banalizada esclaviza al hombre.

Vivimos en una sociedad, donde algunos actores con responsabilidades evidentes, fragmentan la significación de la vida, se mueven según sus egoísmos, actúan bajo intereses mezquinos, cultivan el abuso del poder, trivializan las instituciones y, es por eso, que vemos blancos y hasta “rojos” resplandecientes personajes, dándose licencias para expresar conductas esclavizantes, que les convierten en prisioneros de su propia conciencia.

Pero, ¿Qué hay detrás del telón? ¿Qué hay detrás de la máscara?

¿Una manifestación de lo oculto?