La palabra “lisonja” nos lleva al vocablo latino “laudis” cuyo significado es adulación. De allí se trasladó al provenzal “lausenja”, de donde fue tomada por nuestro idioma. Según el diccionario de la lengua española “lisonja” significa “alabanza afectada, para ganar la voluntad de alguien”. La lisonja es como una hermosa rosa cubierta de espinas invisibles. Su aparente belleza atrae a los ingenuos y engaña sus corazones. La alabanza y los elogios son sus vestiduras. Se monta en los mejores carros. Es recibida con honores en los grandes palacios. Se sienta en sillas de oro a la derecha del rey. Con las más finas palabras envuelve a los sabios de este mundo. La lisonja es el arma silenciosa del lisonjero para lograr sus deseos egoístas.
El lisonjero tiende redes. Embelese con suaves palabras y seductores elogios. Con astucia e hipocresía apoya al poderoso aunque éste esté equivocado. Le aplaude, aúpa y alaba lisonjeramente como aquella multitud que llevó a Herodes Agripa a creerse Dios. Con razón el sabio Salomón dijo que “…la boca lisonjera hace resbalar”. La lisonja es común en aquel que desea conseguir momentáneamente una pareja. Es usada por algunos empleados para ganar la voluntad del patrón y otros beneficios personales.
Quien es aguijoneado por la lisonja termina obedeciendo ciegamente a las pretensiones del sagaz y seductor lisonjero. El mismo Bolívar dijo, en su carta al General Petión en 1816, que “…la lisonja es un veneno mortal para las almas bajas…” La lisonja lleva a muchos a rodearse de gente zalamera, tramposa, mezquina y desleal. La lisonja hace caer fácilmente a quienes viven del culto a su personalidad y necesitan permanentemente el halago y la admiración del otro para sobrevivir.