Dios es el principio, es el génesis, la razón de ser de todas las cosas existentes, visibles e invisibles a la luz del hombre. Es el verdadero sentido y esencia que rige todas las cosas, las que existen y las que aún el hombre no conoce. Este principio delinea el recorrido del galope iniciado, es el punto de partida de la carrera que se apertura aún antes de nacer, pues, antes de llegar al vientre, salieron quizás, muchos espermatozoides y quien logró entrar y unirse con el óvulo ve hoy el mundo y, su triunfo no fue por casualidad, sino por la causalidad del plan de Dios infalible y perfecto. La semilla de Dios es fructífera y abundante. El inicio lo marcó precisamente el sueño de Dios, porque Él nos soñó, nos pronunció y luego nos sembró en el vientre. De manera que, en lo que respecta a mí, sólo soy una pieza movida por Él en el tablero de la vida, ya que es mí principio de vida, es mi vida. Borges nos dijo: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza”. ¿Quién es Dios? ¿Cómo mirar a Dios? ¿De qué tamaño es? ¿Cuál es su nombre? ¿Podemos definir a Dios? ¿Dios es igual a dios? Dios le dijo a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”.
Esto indica que a Él no se le puede reducir a un nombre, porque ningún nombre puede describir su magnitud, tampoco limitarle a un concepto, ni medir su altura, profundidad y anchura, es decir, no se puede meter a Dios en un tubo de ensayo para medir y comprobar su autenticidad. Estamos en presencia de una verdad de Fe, producto de “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”.
La vida, sus sueños, propósitos, planes, proyectos son del tamaño de la grandeza o pequeñez que se tiene de Dios. ¿Dios es sabio? Hablando con precisión, realmente no es sabio, Él es la sabiduría. En ese sentido, vale citar, dos consejos que dio Don Quijote a Sancho antes de gobernar la ínsula:
“Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”.
Todo lo que se es, todo cuanto se tiene, no puede estar por encima del respeto a Dios y al prójimo. Porque Dios es eterno, omnipotente, santo.
El lenguaje de Dios trasciende la frontera y las barreras que humanamente el hombre se ha empeñado en colocar, va más allá, del muro del pragmatismo, fetichismo, egoísmo y cientificismo que “grandes” sabihondos han presentado e impuesto en la sociedad... El lenguaje de Dios llama las cosas que no son como si fuesen, plantea que lo débil de Dios es más poderoso que lo fuerte del mundo. Cuando se es capaz de asumir este lenguaje se llega a la cima volando como águilas, se enarbolan dignas banderas de esperanzas, como diría el pastor norteamericano Luther King:
“Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano (...) Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza”.
El pensamiento y lenguaje de compromiso y autodeterminación marcan el inicio y la esencia misma del triunfo. Por eso, es vital revolucionar radicalmente la mentalidad enana en mentalidad gigante, para no vender la primogenitura por un plato de lentejas. Sólo bajo una concepción ética y prototípica de la vida hay aptitud para hacer lo que sugiere Galeano: “caminar con nuestros propios pies, pensar con nuestra propia cabeza y sentir con nuestro propio corazón”.
Así se alcanzará una proyección exponencial en el horizonte, donde está la utopía, la que nos hace caminar en la visión compartida con el sueño de Dios. Esto indica que nacemos con Dios y “morimos” con Dios.