martes, 2 de junio de 2015

La mapora en la memoria del cronista

Hoy desperté pensando en la esbelta palmera de Yaracuy. Con la gigante palmera evoco el floreciente paisaje natural de San Felipe pintado por la lluvia. Me levanté, abrí la puerta y miré las maporas de la avenida. Sus largas palmas se movían sutilmente con la brisa de la mañana. Fue un sublime amanecer, quien mira la mapora mira el cielo. Hoy la mapora posó en la memoria, creció en la obra del cronista.

Cerré la puerta de la casa y dialogué a solas con la memoria. Ella me invitó a un hermoso viaje con las “palmeras de tronco delgado y alto” señaladas por Rómulo Gallegos en “Doña Bárbara”. Conocí la pequeña aldea de Vicente Gerbasi y sus “bosquecillos de palmas reales”. En el camino encontré al Yaracuy cubierto de “maporas y yaguaras en Albarico” que describió Gilberto Antolínez. Con Antolínez recuerdo a Cocorotico y a Leonor Bernabó en las riberas del río. Nuestra poetisa dibujó con su pluma a la hermosa palmera en San Felipe:

“Aquí la altiva mapora
tiende sus palmas al aire
y las mece con donaire
el viento murmurador…”

Esta escena poética citada en la crónica “Tomasico y Leonor” de Manuel Rodríguez Cárdenas se parece al atardecer en la Avenida Yaracuy de San Felipe, que exhibe una hilera de maporas avivadas por la brisa de El Chimborazo. Es Rodríguez Cárdenas quien presenta a Leonor, en su trabajo “El Yaracuy, semblanzas y recuerdos”, como “…la mujer que se queda desde niña hasta vieja oficiando como una vestal entre la paz de su hogar, viendo columpiarse las maporas de la Plaza Bolívar de San Felipe…”

Frente a ese simbólico lugar de San Felipe, la Plaza Bolívar, está el palacio de las maporas. Ahí “las copas de las maporas se veían agitadas y echadas a un lado por el viento…” como diría Julio Garmendia. De allí fuimos a la Plaza Trinidad Figueira a disfrutar de la frescura del río Yurubí, del verdor de la Avenida La Paz y de El Oasis de San Felipe bajo las maporas.

Seguimos juntos, la memoria y yo, recreándonos en los lugares de la mapora. De San Felipe vamos a Guama. Subiendo por la Calle Bolívar nos detienen las cinco maporas que embellecen la fachada de la Biblioteca “Elisio Jiménez Sierra” de la Universidad del Yaracuy. En ese momento la memoria leyó parte del “Canto a San Felipe” del poeta elogiado por Octavio Paz nacido en Atarigua estado Lara- “y las palmeras con sus claros nombres de corozo, mapora y albarico”- que me regaló Freddy Castillo Castellanos. Entré a la biblioteca y leí en la antología de poetisas yaracuyanas “Rio de Voces” el poema “Guama” de Carmen Fidencia López:

“Tiene lindas maporas en que se alarga
la luz primera que la mañana expande
un miquirebo que embrujarte arde
y de inmensa belleza nos embriaga”.

Así como en San Felipe en Guama la mapora también es poesía. En la geografía física de Yaracuy la mapora tiene un sitial honorable entre los árboles del pueblo. Si la gloria del Líbano son sus cedros la gracia de Yaracuy son sus maporas. Más allá de Guama visitamos un grandioso lugar llamado “Las Maporas”, ubicado entre las montañas al nor-oeste del municipio Arístides Bastidas. Allí las monumentales maporas y El Chorro de Agua Dulce crean un asombroso ambiente natural.

La mapora es un patrimonio autóctono, histórico y cultural que engalana a Urachiche. En esta tierra de caquetíos y ayamanes conocí al cronista Eligio Antonio Ruiz. Él me presentó a “Orachiche” como una “encantadora tierra de maporas y trapiches” y compartió conmigo otros “Aspectos Relevantes del Municipio Urachiche” en su casa.
Terminamos el fraterno viaje de verdor y recuerdos leyendo un fragmento de “Esto ya fue una vez” de Juan Liscano en la Plaza Bolívar de Yaritagua, mientras la congregación de maporas cantaba a Yaracuy con sus palmas en el cielo:

“Las tribus de cocales y maporas,
las dispersas familias de coquillos,
la noble casa de las palmas reales…”