Pienso a San Felipe desde mí infancia. Aquí canta la lluvia, llueven los pájaros y ríen los árboles. El cacao florece a los pies del río Yurubí. La caña de azúcar endulza sus aguas. La curiosidad invita al memorable lugar de la historia. En las empedradas calles de San Felipe “El Fuerte” recuerdo al maestro Arístides Rojas. Oí del insigne venezolano en el liceo de San Felipe que lleva su nombre. Le conocí cuando me contó “La Catástrofe de 1.812”. Su voz- “…San Felipe es víctima del terremoto, del incendio y de la inundación”- permanece en la memoria.
Camino sobre las piedras de esperanza. En San Felipe “El Fuerte” observo los muros, las piedras, los arboles y, en ellos, la historia y la fuerza de un lugar que resurgió, cual ave fénix, de las ruinas dejadas por el terrible azote de la naturaleza aquel jueves santo. El 26 de marzo de 1.812 se incrustó en el corazón de San Felipe. Luego de las cuatro de la tarde, en un abrir y cerrar de ojos, la ciudad con “albores de grandeza”, como refiere Placido Daniel Rodríguez Rivero en el discurso “Origen y Desarrollo de San Felipe “El Fuerte”, se hundió en el caos, el dolor y la desesperación a causa del terremoto. En “Abismo de Silencios. Tras la huella de Cecilia Mujica”, Raúl Freytez señala que la debacle “dejó en la orfandad a la joven Cecilia”.
En los tiempos de Alberto Ravell “Por los Caminos del Yaracuy” la gente de Valle Hondo hablaba del“terremoto que puso en trance de ruina la ciudad”. El espíritu del pueblo nunca sucumbió frente a la destrucción de San Felipe y de las poblaciones situadas al pie de la serranía de Aroa: Urachiche, Yaritagua, Guama, Chivacoa y Cocorote. Aunque el antiguo cementerio ubicado al lado de la Iglesia de la Presentación quedó tapiado con el sacudón, su recuerdo vive, en el nombre de uno de los primeros barrios de San Felipe “El Fuerte”, El Panteón.
Domingo Aponte Barrios en “El Cronista, el municipio y la historia” escribió: “…a pesar de tantos obstáculos, y venciendo todas las calamidades, los heroicos sobrevivientes del terremoto y del desbordamiento del río Yurubí, se dispersaron hacia el Norte, el Este y el Oeste, y comenzaron a construir sus casas y fundaron los primeros barrios que dieron comienzo a la que es hoy la gallarda ciudad de San Felipe, que resucitó de sus ruinas…”
Desde la inmensidad de las montañas el río Yurubí irrumpió a la devastada ciudad. En “Aguas Lejanas”, Raúl Freytez señala que luego del terremoto “…el cielo se cubrió de oscuras nubes y un torrencial aguacero inundó el vientre del río Yurubí desbordando su cauce, y en su paso arrasador cubrió con fango los restos ruinosos de la otrora hermosa y floreciente ciudad colonial…”
La fuerza indómita de San Felipe “El Fuerte” es evocada en la “Diputación Yaracuyana al Congreso de 1.811” de Francisco Cañizales Verde, que editó la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy (UNEY) en 2007:
“El sismo arrasó la ciudad y, como en ocasiones anteriores, un pueblo estoico, indómito al dolor, con recobrado brío y al abrigo de las furias desatadas, reconstruyó la abatida ciudad, repobló fuentes de vida, restaño heridas, sembró de pensiles el marchito yermo y al andar del tiempo, en sitio ameno y lazano, reapareció la ciudad en medio de sus galas propicias y su esplendor connatural…”
Hoy, a doscientos años del terremoto, el alma de San Felipe “El Fuerte” renace en la memoria. A doscientos años del grito desesperado del Yurubí, los pájaros levantan voces de alegría. El pueblo se sobrepuso a las cenizas, a los escombros y a las aguas. Se levantó con la fuerza del cielo y reverdeció la esperanza en el rocío de la mañana.