lunes, 19 de octubre de 2015

La resedá en la casa de la infancia

Hoy la resedá es la fuente de inspiración. Es la musa que engalana mis recuerdos. Su suave olor se pasea por los lugares de la memoria. En las pequeñas flores de resedá está el más agradable perfume de mi infancia.

Con la resedá atrapo los instantes. Veo las más bellas fotografías en el porche de la casa. Al amanecer “Juanita” se deleita en el rocío sanfelipeño. En el jardín está “La Niña” danzando con las mariposas. “Mamá Juana” está columpiándose parsimoniosamente en la mecedora junto a las agraciadas flores.

En la resedá revivo los afectos más sublimes de la infancia. Todas las tardes “Mamá Juana” contempla las blanquecinas flores y canta los salmos de la Biblia. En mí corazón está su tierna voz tarareando su salmo predilecto: “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra”.

Decir “Mamá Juana” es sentir el olor a resedá. Su don de madre y hermosa sonrisa llenan toda la casa. Su aroma materno es de flor de resedá. De su piel sale el agradable perfume. Su fragancia bendita fue derramada en los renuevos. A la resedá siempre llegamos sus hijos a retozar. Es un fraterno lugar en la casa de la infancia.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Lisonja y lisonjeros

La palabra “lisonja” nos lleva al vocablo latino “laudis” cuyo significado es adulación. De allí se trasladó al provenzal “lausenja”, de donde fue tomada por nuestro idioma. Según el diccionario de la lengua española “lisonja” significa “alabanza afectada, para ganar la voluntad de alguien”. La lisonja es como una hermosa rosa cubierta de espinas invisibles. Su aparente belleza atrae a los ingenuos y engaña sus corazones. La alabanza y los elogios son sus vestiduras. Se monta en los mejores carros. Es recibida con honores en los grandes palacios. Se sienta en sillas de oro a la derecha del rey. Con las más finas palabras envuelve a los sabios de este mundo. La lisonja es el arma silenciosa del lisonjero para lograr sus deseos egoístas.

El lisonjero tiende redes. Embelese con suaves palabras y seductores elogios. Con astucia e hipocresía apoya al poderoso aunque éste esté equivocado. Le aplaude, aúpa y alaba lisonjeramente como aquella multitud que llevó a Herodes Agripa a creerse Dios. Con razón el sabio Salomón dijo que “…la boca lisonjera hace resbalar”. La lisonja es común en aquel que desea conseguir momentáneamente una pareja. Es usada por algunos empleados para ganar la voluntad del patrón y otros beneficios personales.

Quien es aguijoneado por la lisonja termina obedeciendo ciegamente a las pretensiones del sagaz y seductor lisonjero. El mismo Bolívar dijo, en su carta al General Petión en 1816, que “…la lisonja es un veneno mortal para las almas bajas…” La lisonja lleva a muchos a rodearse de gente zalamera, tramposa, mezquina y desleal. La lisonja hace caer fácilmente a quienes viven del culto a su personalidad y necesitan permanentemente el halago y la admiración del otro para sobrevivir.

martes, 2 de junio de 2015

La mapora en la memoria del cronista

Hoy desperté pensando en la esbelta palmera de Yaracuy. Con la gigante palmera evoco el floreciente paisaje natural de San Felipe pintado por la lluvia. Me levanté, abrí la puerta y miré las maporas de la avenida. Sus largas palmas se movían sutilmente con la brisa de la mañana. Fue un sublime amanecer, quien mira la mapora mira el cielo. Hoy la mapora posó en la memoria, creció en la obra del cronista.

Cerré la puerta de la casa y dialogué a solas con la memoria. Ella me invitó a un hermoso viaje con las “palmeras de tronco delgado y alto” señaladas por Rómulo Gallegos en “Doña Bárbara”. Conocí la pequeña aldea de Vicente Gerbasi y sus “bosquecillos de palmas reales”. En el camino encontré al Yaracuy cubierto de “maporas y yaguaras en Albarico” que describió Gilberto Antolínez. Con Antolínez recuerdo a Cocorotico y a Leonor Bernabó en las riberas del río. Nuestra poetisa dibujó con su pluma a la hermosa palmera en San Felipe:

“Aquí la altiva mapora
tiende sus palmas al aire
y las mece con donaire
el viento murmurador…”

Esta escena poética citada en la crónica “Tomasico y Leonor” de Manuel Rodríguez Cárdenas se parece al atardecer en la Avenida Yaracuy de San Felipe, que exhibe una hilera de maporas avivadas por la brisa de El Chimborazo. Es Rodríguez Cárdenas quien presenta a Leonor, en su trabajo “El Yaracuy, semblanzas y recuerdos”, como “…la mujer que se queda desde niña hasta vieja oficiando como una vestal entre la paz de su hogar, viendo columpiarse las maporas de la Plaza Bolívar de San Felipe…”

Frente a ese simbólico lugar de San Felipe, la Plaza Bolívar, está el palacio de las maporas. Ahí “las copas de las maporas se veían agitadas y echadas a un lado por el viento…” como diría Julio Garmendia. De allí fuimos a la Plaza Trinidad Figueira a disfrutar de la frescura del río Yurubí, del verdor de la Avenida La Paz y de El Oasis de San Felipe bajo las maporas.

Seguimos juntos, la memoria y yo, recreándonos en los lugares de la mapora. De San Felipe vamos a Guama. Subiendo por la Calle Bolívar nos detienen las cinco maporas que embellecen la fachada de la Biblioteca “Elisio Jiménez Sierra” de la Universidad del Yaracuy. En ese momento la memoria leyó parte del “Canto a San Felipe” del poeta elogiado por Octavio Paz nacido en Atarigua estado Lara- “y las palmeras con sus claros nombres de corozo, mapora y albarico”- que me regaló Freddy Castillo Castellanos. Entré a la biblioteca y leí en la antología de poetisas yaracuyanas “Rio de Voces” el poema “Guama” de Carmen Fidencia López:

“Tiene lindas maporas en que se alarga
la luz primera que la mañana expande
un miquirebo que embrujarte arde
y de inmensa belleza nos embriaga”.

Así como en San Felipe en Guama la mapora también es poesía. En la geografía física de Yaracuy la mapora tiene un sitial honorable entre los árboles del pueblo. Si la gloria del Líbano son sus cedros la gracia de Yaracuy son sus maporas. Más allá de Guama visitamos un grandioso lugar llamado “Las Maporas”, ubicado entre las montañas al nor-oeste del municipio Arístides Bastidas. Allí las monumentales maporas y El Chorro de Agua Dulce crean un asombroso ambiente natural.

La mapora es un patrimonio autóctono, histórico y cultural que engalana a Urachiche. En esta tierra de caquetíos y ayamanes conocí al cronista Eligio Antonio Ruiz. Él me presentó a “Orachiche” como una “encantadora tierra de maporas y trapiches” y compartió conmigo otros “Aspectos Relevantes del Municipio Urachiche” en su casa.
Terminamos el fraterno viaje de verdor y recuerdos leyendo un fragmento de “Esto ya fue una vez” de Juan Liscano en la Plaza Bolívar de Yaritagua, mientras la congregación de maporas cantaba a Yaracuy con sus palmas en el cielo:

“Las tribus de cocales y maporas,
las dispersas familias de coquillos,
la noble casa de las palmas reales…”

miércoles, 20 de mayo de 2015

Recuerdos de un sismo en San Felipe

Por: Amir Jireh

El reloj marca las tres y media de la tarde en San Felipe, ciudad capital del estado Yaracuy del Centro Occidente de Venezuela. Es día de descanso, sábado 12 de septiembre de 2009. Desde el barrio “La Mosca” se ve el cielo nublado. Una ligera brisa se pasea por el norte de San Felipe. Las maporas sanfelipeñas se mecen suavemente. Kimberlin, Edimar y yo estamos en la segunda planta de la casa conversando. Disfrutamos en familia el acostumbrado café con pan dulce de la tarde. Abajo está Ángel Rafael con su nieto mirando los pájaros. Caracas está siendo azotada por torrenciales aguaceros, vientos huracanados, descargas eléctricas y granizo. Lassy, la perrita blanquinegra, va de un lado a otro correteando sin descanso. De repente, luego de las tres y media de la tarde, empezó a gemir la tierra y un sismo de 6.2 grados de magnitud en la escala de Richter nos hace tambalear.

El temblor alcanzó una duración aproximada entre 25-30 segundos y se sintió principalmente en Caracas, Miranda, Falcón, Aragua, Zulia, Carabobo, Lara, Portuguesa y Yaracuy. Gemidos subterráneos indescriptibles se apoderaron de la ciudad y el movimiento telúrico quedó escrito en la memoria. Todos corremos, bajamos las escaleras de la casa con la fuerza palpitante del alma. Kimberlin está llamando, buscando desesperamente a Lassy, pero la perra bajó antes que nosotros. El portón de la casa de Don Jesús Yánez es sacudido y suena bruscamente casi hasta reventar.

En segundos la Calle Country Club estaba llena de vecinos contando y lamentando lo sucedido. Cada quien se expresa desde la sensibilidad sanfelipeña. Unos fueron sorprendidos en la cama, otros estaban en el baño y muchos transitaban por las calles del pueblo. Las principales avenidas de la ciudad están abarrotadas, la gente prefirió salir de sus casas luego del terrible sacudón. En la Quinta Avenida y en la Avenida Caracas las personas conmovidas cuentan cómo se movió el edificio más alto de Yaracuy con el sismo más intenso de Venezuela en el año 2009. En ese edificio, construido en los años 80, es donde funcionan las oficinas principales de la Gobernación del Estado Yaracuy.

Hoy miré a San Felipe en el sismo. Vi su historia en el ocaso. Recordé el pasado y comprendí el presente telúrico de San Felipe extendido hacia el futuro. En milésimas de segundos llegó a mi mente “La catástrofe de 1812” y Don Arístides Rojas, a quien conocí, en el liceo de San Felipe que lleva su nombre, donde tuve el honor de hacer estudios de bachillerato. Con él me acerqué al terremoto de aquel Jueves Santo que dejó la antigua ciudad colonial devastada y aproximadamente tres mil víctimas solo en San Felipe. El terrible sacudón dejó represado el río Yurubí. Genaro Zumeta apuntó el 26 de marzo de 1912 en el semanario “Recortes” de San Felipe en su escrito “1812, tristes remembranzas” que:

“…el río Yurubí había dejado de correr en lo absoluto (...) En la noche del 29 al 30 de marzo cayó un copiosísimo aguacero, y al amanecer oíase un ruido fuerte en la cercanía del Yurubí, que llenó de pavor a la gente. Las aguas de este río, paralizadas en su corriente por el terremoto, rebalsaron y rompieron los diques que las contenían. Salieron de madre inundándolo todo. Las calles cubiertas de escombros no daban pase a las aguas, que se desparramaron causando daños y algunas víctimas…”

El imponente Yurubí reclamó su cauce. Bajó con la fuerza del cielo. Este relato de Zumeta me hace recordar el 04 de julio de 2004 cuando la quebrada Guayabal desbordó El Cerrito y La Mosca de San Felipe arrastrando todo lo que consiguió a su paso, incluyendo dos vidas humanas y la niña de dos años, que nunca se consiguió.

El turbulento septiembre invita al reencuentro con el lugar y su historia, el paisaje y su gente. En la primera página de septiembre de 1530 está el primer terremoto registrado en Venezuela. El cronista de Indias, Antonio de Herrera y Tordesillas lo detalló así:

“…la tierra se abrió por muchas partes, por donde manaba agua salada y negra como tinta, que hedía a piedra azufre y la sierra del golfo de Cariaco quedó abierta por medio, dejando hecha un abra: cayeron muchas casas, murió mucha gente ahogada y espantada y tomada de los terremotos”.

El 29 de septiembre de 1886 también se registró un temblor a las dos y veinte de la mañana en Nirgua. Mientras la memoria viaja por los estudios sismológicos de Melchor Centeno Graü la ciudad de San Felipe sigue inquieta, la gente está alarmada en la calle. En este instante, a las cuatro de la tarde, se está produciendo la primera réplica. Esta vez la intensidad es de 4 grados de magnitud en la escala de Richter.

¡Septiembre de mi vida, septiembre de temblores indecibles¡

Expectante y tembloroso sigo pasando las páginas del recuerdo. San Felipe y yo velamos. Este temblor no es ni el primero ni el último. El 15 de diciembre de 1865 un temblor visitó a San Felipe a las cuatro y cincuenta de tarde. Luego, el 01 de mayo de 1913, a la una y treinta de la tarde tembló en Aroa y Barquisimeto. El 26 y 27 de julio y el 03 de agosto de 1915 le tocó a Yaritagua. Nuevamente Nirgua siente un suave temblor el 12 de diciembre de 1915. El 13 de febrero de 1916 volvió a temblar en Yaritagua. El 24 y 25 de octubre del mismo año, además de sentirse en Yaritagua, también se sintió el temblor en San Felipe. El 12 de octubre de 1917 a las dos y treinta de la mañana tembló en Nirgua con ruidos subterráneos.

La lista de temblores en Yaracuy es larga como esta noche de alarmas y recuerdos. El 16 de marzo de 1929 vuelve a temblar en Yaritagua y San Felipe a las tres y treinta de la mañana. El 01 de mayo de 1931, a las seis y diez de la tarde, se sintió un temblor en San Felipe y en casi todo el país. El 11 de julio de 1933 tembló en Aroa y Urachiche en horas de la noche. El 12 de marzo de 1943 a las cuatro y cuarenta de la tarde se registra un sismo en Campo Elías estado Yaracuy. Ese mismo año desde el 03 hasta el 24 de octubre se sintieron más de 44 sismos en el estado Yaracuy con ruidos subterráneos y vientos muy fuertes. En Farriar, Palmarejo y Agua Negra los sismos fueron fuertísimos y se agrietaron paredes de casas.

En estas tierras de Dios ha temblado, tiembla y temblará. Muchísimos movimientos telúricos han conmovido a Yaracuy. Ya está amaneciendo y la noticia principal del Yaracuy al Día es “Alarma en Yaracuy por sismo de 6.2 grados”. Al rayar el alba del 13 de septiembre, en víspera de mi cumpleaños, estoy ávido de conocer la tierra que me vio nacer bajo la lluvia.